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La historia de una reina

  • Julio Sandoval
  • 13 nov 2017
  • 3 Min. de lectura

El día 6 de noviembre de 1479 nació en la ciudad de Toledo el tercer hijo de los Reyes Católicos. El bebé fue una niña e iría tras sus hermanos, Isabel y Juan en la línea de sucesión. Desde su más tierna infancia fue educada como una infanta e improbable heredera al trono, basada en la obediencia y la fe. A parte de estos dos pilares, aprendió música, danza, francés y latín de la mano del dominico Andrés de Miranda y de Beatriz Galindo “la latina”. La joven fue poco a poco creciendo en este ambiente hasta que llegó la hora. La hora que le correspondía a cualquier joven perteneciente a la monarquía europea.


Juana de Castilla. Autor: Juan de Flandes. Museo de Historia del Arte de Viena.


Tras una serie de reuniones y deliberaciones, los Reyes Católicos y Maximiliano I acuerdan el doble matrimonio de Juan de Aragón con Margarita de Austria y de Juana de Castilla con Felipe de Austria. Pues allá que te va, unos que casaron en Burgos y los otros se casaron en Flandes. El hijo varón de los monarcas hispanos se desposó con casi 19 años, cuando su esposa tenía 17. Todos sabemos la pasión y el desenfreno que sufre el adolescente en temas amorosos. Parece ser que Juan y Margarita se cogieron con tanta fuerza que el médico real tuvo que recomendar que estuvieran separados por la impetuosidad real. Finalmente, el joven heredero sufrió un infarto mientras mantenía relaciones. Como bien dice la canción de Queen, “demasiado amor puede matarte” (Too much love will kill you).


Pues así fue que, tras salir de Laredo, la reina se desposó en Lille (Francia) y viajaron a Flandes, la feliz residencia de la pareja. Durante su periodo en estos reinos nacieron los hijos: Leonor en Lovaina, Carlos en Gante e Isabel en Bruselas. Cuentan las crónicas que doña Juana era algo celosa y sufría de ataques de histeria cuando veía a su marido perseguir doncellas. Fueron tal los celos que Carlos V nació durante un banquete en el retrete porque su majestad no se separaba de su marido por miedo a la infidelidad.


Aunque celosa, tremendamente enamorada de su marido sufrió cuando éste murió. Dicen las malas lenguas que envenado porque padre Fernando intervino cansado de su comportamiento. En 1506, Felipe fue llevado a enterrar a Granada en cortejo fúnebre. Acto seguido, Fernando tomó el poder e hizo lo posible por quitar a Juana del panorama político. Entre él y Cisneros no pararon hasta que Juana acabó en Tordesillas, encerrada en Santa Clara.


Juana ante el féretro de su marido. Autor: Francisco Pradilla. Museo del Prado.


Aunque la reina doña Juana dicen que sufría de histeria (actualmente trastorno depresivo severo y esquizofrenia), la visión que ha dado la historia de ella ha sido completamente errónea. Fue víctima de una conjura de su marido, de su padre y de Cisneros, que lo único que querían era apartarla del poder. Con su padre muerto, su hijo Carlos llegó al trono y la visitó en varias ocasiones. Al fin y al cabo, Juana respetó su figura como rey cuando los Comuneros, esos sinvergüenzas desleales, la visitaron con intención de entronizarla. Pues, lo que pretendían era convertirla en una marioneta de nuevo.


Finalmente falleció el Viernes Santo de 1555, a los 76 años. Francisco de Borja, el que vio morir a la emperatriz Isabel, fue testigo también de las últimas palabras de la reina Juana.








 
 
 

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© 2016 por Alejandro Nieto Tapia y Julio Sandoval Márquez.

No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños. 

Cicerón (106 a.c.-43 a.c.)

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