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De Tokio a Sevilla

  • Julio Sandoval
  • 26 sept 2017
  • 2 Min. de lectura

Corría el año 1609 y el galeón español San Francisco naufragó cerca de las islas japonesas. Entre los pocos supervivientes, el capitán de la nave, Rodrigo de Vivero, fue recibido por el shogun Tokugawa Ieyasu. De esta manera comenzaron las relaciones entre ambos países. Ahora permítanme un inciso para reflexionar cómo el bueno del marino, natural de Laredo (Cantabria), se entendió con el notable nipón. Fue probablemente gracias a algún padre jesuita que ya andaba evangelizando la zona. Volviendo al tema, tras este primer encuentro, el shogun envió de vuelta al español con una embajada japonesa.


Mapa japonés que muestra el viaje de la embajada.


La embajada, llamada Keicho, fue dirigida por el destacado militar Hasekura Tsunenaga y salió del puerto de Nagasaki. Tras cruzar todo el Pacífico llegaron a Nueva España y de allí a España remontando el Guadalquivir (20 de diciembre de 1614). Se dice que esta embajada llegó a Coria del Río o Espartinas (Sevilla) y que de allí partieran hacia Madrid y, posteriormente, a Roma.


La comitiva cruzó todo el país hasta subir toda la calle de los embajadores y llegar al Alcázar de Madrid. Felipe III recibió a la embajada y recibió las misivas, además se celebró el bautizo de Tsunenaga como Felipe Francisco Hasekura. Tras esta entrevista, la embajada partió a Francia y a Italia, para visitar al Santo Padre. Paulo V acogió a los japoneses en Roma y el envío de nuevos misioneros. Tras la visita a Roma, el Papa envió de nuevo a la embajada a España para negociar los temas comerciales, ya que los religiosos ya estaban solventados.


La embajada en San Pedro del Vaticano. Pintor japonés s. XVII.


De vuelta a España, en abril de 1616 Hasekura se encontró de nuevo con el rey Felipe III, que declinó firmar el acuerdo comercial ya que el gobernante japonés Tokugawa Ieyasu había promulgado un edicto ordenando la expulsión de todos los misioneros del país, y que había empezado la persecución de la fe cristiana en Japón. Y eso su católica majestad no lo podía permitir. Dos años después, tras su periplo por Europa, la misión partió desde Sevilla hacia Nueva España, en junio de 1616.


Aunque la embajada de nipones abandonó el país, hay indicios que nos dicen que muchos se quedaron en los pueblos próximo al puerto hispalense. En la villa de Coria aún se conservan vestigios de esta visita ya que muchos de sus habitantes conservan el apellido Japón. Esto se pudo producir cuando los recién nacidos eran inscritos con un apellido ininteligible y el bueno del escribano lo resumió el Japón. Esto no lo digo yo, lo corroboró el ministerio de ciencia japonés con una investigación en el cuarto centenario.


Otros vestigios que nos quedan son el almendro y la estatua del nipón mirando el Guadalquivir en el pueblo sevillano. Ambas estatuas fueron ubicadas gracias a la financiación del diseñador japonés Kenzo. Si el viajero y lector quiere visitar el pueblo, no se le olvide disfrutar de un arroz con pato en cualquier taberna junto al río.

Tsunenaga mira el Guadalquivir desde Coria del Río.


 
 
 

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© 2016 por Alejandro Nieto Tapia y Julio Sandoval Márquez.

No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños. 

Cicerón (106 a.c.-43 a.c.)

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