Un español en Hiroshima
- Diego Alatriste
- 6 ago 2017
- 3 Min. de lectura
«Fue como un fogonazo de magnesio y, de repente, puertas y cristales saltaron hechos añicos. Entonces vimos la enorme bola de fuego en que se había convertido la ciudad de madera, paja y papel»
Diario de Pedro Agrupe S.J.
Corría el año 1945 y nuestro protagonista llevaba viviendo en Japón desde 1938. Atrás quedaron sus clases de medicina en la Universidad de San Carlos de Madrid con su amigo y compañero Severo Ochoa, al que quitó el premio extraordinario de la promoción, y su maestro Juan Negrín, que le recordará como su alumno más brillante. A su llegada al país nipón estuvo varios meses estudiando lengua y cultura para luego ser enviado a la parroquia de Yamaguchi, aquella que fundó San Francisco Javier y era epicentro católico en el país. Con la expansión del imperio japonés y la entrada en la guerra, fue encarcelado por espía. Tras un mes fue puesto en libertad y enviado al noviciado de Nagutsaka, a seis kilómetros del centro de Hiroshima. Aquí pasaría toda la guerra nuestro personaje.

El Padre Arrupe en Nagatsuka. Fuente: jesuitasaru.org
Mientras Arrupe oraba, su país de acogida se había expandido por todo el Pacífico y ahora estaba retrocediendo frente a la potencia estadounidense. Cansados de esa resistencia a ultranza y ya rendida Alemania, el presidente Truman decide usar un as en la manga, aquel proyecto secreto de una bomba como nunca se había conocido. Dicho y hecho, el encargado sería la fortaleza volante Enola Gay que llevaría a su Fat Man a la ciudad de Hiroshima. Junto a este avión irían otros dos, uno para fotografiar y otro para medir la radiación.
A las 8:15 de la mañana del día 6 de agosto de 1945, el avión abrió compuertas y tras cincuenta y cinco segundos de vuelo, una de las principales ciudades industriales de Japón desapareció en segundos. En el noviciado jesuita se oficiaba misa en ese momento, Arrupe fue arrojado el suelo por la onda expansiva. Tras la impresión y observar lo ocurrido, el médico, junto a otros compañeros, acudió a socorrer a la población con los escasos medios que tenían. A los tres días, mientras seguían ayudando reciben la noticia de que ha caído otra bomba en Nagasaki y que Japón se ha rendido. Esta experiencia llevaría el jesuita a escribir el libro Yo viví la bomba atómica.

La ciudad de Hiroshima tras la explosión. Fuente: National Geographic.
Tras el ataque estadounidense, se produjo la rendición el día 15 de agosto y el 2 de septiembre se firmó. Tras esto, Douglas McArthur, el famoso general de la pipa, llevó a cabo un proceso de condena a todos los altos cargos de gobierno japonés. Este Nuremberg nipón afectó a cargos políticos, pero no al emperador, divinidad viviente. Mientras tanto, Arrupe siguió trabajando en Japón hasta que fue trasladado a Roma para ser nombrado Prepósito General de la Compañía de Jesús, sucesor de San Ignacio de Loyola.
Sin duda, las vivencias de este español en la ciudad bombardeada hicieron que tuviera muy en cuenta los daños de la guerra. Años más tarde, cuando era general, crearía el Servicio Jesuita a Migrantes, que desde entonces trabaja con víctimas de conflictos en todo el mundo. Se dice que eres fue uno de los generales jesuitas más destacados de la historia, junto con San Ignacio, aunque tenía detractores en el núcleo duro de la Iglesia (“un vasco había fundado los Jesuitas y otro los iba a destruir"). Sea como fuere, Pedro Arrupeno deja de ser un personaje importante y reseñable de nuestra historia.
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