La lavandera y el rey
- Diego Alatriste
- 2 jul 2017
- 2 Min. de lectura
Corría el año 1914 y en Europa comenzaba una escalada de violencia que recibirá el nombre de la Gran Guerra. Nuestra querida Piel de Toro se mantuvo neutral, pero en bares y cafés se formaban acaloradas discusiones a favor de unos u otros. Mientras que la Santa Madre Iglesia y la nobleza eran amigos de la ordenada Alemania, los intelectuales y pensadores eran amigos de los aliados, muchos más progresistas. En 1915, Marañón, Menéndez Pidal y Unamuno, entre otros, firmaron el “Manifiesto aliadófilo” y oponiéndose a ambas corrientes, Eugenio d´Ors publicó “Manifiesto de los amigos de Europa”.
Mientras que las discusiones se daban en un sector de la población, el otro se frotaba las manos vendiendo productos manufacturados a ambos bandos. La burguesía catalana hizo dinero con las suculentas ventas de textiles para los militares, ya sabemos lo guarros que se ponen los uniformes en combate.
El rey Alfonso XIII, bigote y uniforme al estilo prusiano y esposa inglesa, observaba la situación europea desde la tranquilidad de su palacio. Uno de esos días, mientras ojeaba el periódico, su secretario le notifica la llegada de una carta procedente de Gironda (Francia). En ella, una humilde lavandera, Silviane, solicita su intercesión para que localice a su esposo desaparecido en la batalla de Charleroi (Bélgica). Compadeciéndose de la señora, el monarca convoca a su secretario y se pone en contacto con el embajador en Bélgica, Rodrigo de Saavedra y Vinent, para buscar al reo. El resultado fue satisfactorio.

El rey Alfonso XIII leyendo misivas en su despacho. Fuente: Casa Real Española.
Ante el buen resultado de esta carta, la noticia corre como la pólvora y a Madrid llegan miles de misivas. Esto hace que el rey decide crear la Oficina de los Cautivos Pro Captivis como iniciativa humanitaria. Para llevar a cabo la misma, el monarca aportará el total de unos seiscientos mil euros actuales de su bolsillo aparte de fiestas benéficas organizadas por el embajador ya citado para recaudar fondos.
Los resultados humanitarios de esta Oficina fueron muy buenos: ayudó a 122.000 prisioneros franceses y belgas, 7.950 ingleses, 6.350 italianos, 400 portugueses, 350 americanos y 250 rusos. Logró que se repatriaran a 21.000 prisioneros que estaban enfermos, así como a 70.000 civiles. A su vez, los Agregados Militares españoles realizaron 4.000 visitas a campos de concentración y averiguaron cuál era el trato que se daba a los prisioneros de guerra. Incluso el rey Alfonso XIII consiguió un acuerdo de las naciones beligerantes en el que se comprometían a no atacar a buques hospitales.

El embajador español en Bélgica paseando por la Grand Place (Bruselas). Fuente: Ministerio de Asuntos Exteriores.
En 1933, ya el rey Alfonso XIII en el exilio, el francés Albert de la Pradelle y el español Yanguas Messía, miembros del Instituto de Derecho Internacional de París, presentaron la candidatura al Premio Nobel de la Paz a don Alfonso de Borbón y Habsburgo, ex rey de España, por la creación de la Oficina Pro Cautivos. Sin conseguirlo, en España nueve mil ayuntamientos le habían propuesto al rey la Gran Cruz de Beneficencia. Alfonso XIII manifestó que “No soy yo quien debe lucir esta Cruz, sino España”, proponiendo que se impusiera a la bandera española y, en concreto, al Regimiento de Cazadores a Caballo Alfonso XIII con el que estaba muy ligado.
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