Espada y pluma II
- Diego Alatriste
- 30 mar 2017
- 4 Min. de lectura
«Los señalados capitanes y célebres guerreros que supieron suavizar las asperezas de la milicia con el deleite de las Letras, casi todos han merecido un distinguido lugar entre los escritores de la nación».
Antonio de Capmany (1742-1813).
En una publicación anterior vimos que literatos que dominaban tanto la pluma como la espada. Es sorprendente como este fenómeno no sólo se da en el Siglo de Oro(Espada y pluma), sino que continúa casi hasta nuestros días. A continuación, vamos a enumerar a algunos de ellos y sus obras más destacadas.

José Cadalso y Vázquez de Andrade nacido en Cádiz, dedicó su vida a la espada y la pluma. La ausencia de su padre y la muerte de su madre hizo que su juventud discurriera viajando por Europa. Esto hizo que el joven dominara muchas lenguas vivas, aparte de conocer perfectamente el latín. Tras idas y venidas, fue ingresado en el Seminario de Nobles, calle de la princesa, para que se convirtiera en funcionario.
José, descontento, quiso hacerse jesuita para enfadar a su padre y luego intentar hacer la carrera militar. Ante lo testarudo del joven, su padre lo llevó a vivir a Londres y luego a París para finalmente viajar a Copenhague para ver a su padre morir. Sólo en el mundo, volvió a España y tras derrochar la herencia, arruinado, entró a formar parte del Regimiento de Caballería Borbón. Tras diferentes idas, venidas y amoríos, cuando su amante murió sufrió una gran depresión, llegando al punto de desenterrarla para darle su último adiós.
De esta depresión sólo salió gracias a las tertulias literarias de la Fonda de San Sebastián y el contacto con otros escritores como Juan Meléndez Valdés. Durante esta época escribió su obra más famosa, Cartas Marruecas, a modo de novela epistolar que habla de la España de la época vista por un extranjero, el que aquí escribe se la recomienda. Tristemente, dos años después de su publicación murió en el asedio a Gibraltar por un golpe de metralla en la sien. Sus restos descansan en la iglesia de Santa María (San Roque, Cádiz).

Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano, duque de Rivas, desempeñó una labor importante como embajador y estadista, pero también como historiador y dramaturgo. Ya desde joven perteneció a la alta clase social, con nueve años pertenecía a las órdenes de Santiago y Malta además de supernumerario de la Guardia de Corps. Con esta edad, ingresó en el Seminario de Nobles, al igual que el autor anterior, hasta que en 1806 ingresó definitivamente en su regimiento. Aquí trabó amistad con algunos escritores en ciernes que bajo la guía de Antonio de Capmany redactaban un periódico, donde hizo sus primeras armas literarias. También se inició en la pintura de la mano de López Enguídanos. En 1807 recibió el despacho de alférez y comenzó a servir en los Reales Sitios, asistiendo al proceso de El Escorial y al Motín de Aranjuez.
Al estallar la Guerra de la Independencia desertó de la Guardia Real, que ahora acompañaba a José “Pepe” Bonaparte, y se unió a las tropas españolas, siendo herido en la Batalla de Ontígola (1809). El general Castaños le nombró capitán de la caballería ligera y, posteriormente, primer ayudante de Estado Mayor.
Liberal exaltado desde muy joven, derivó hacia el moderantismo. En 1823 fue condenado a muerte y a la confiscación de sus bienes por haber participado en el golpe de estado de Riego de 1820, por lo que huyó a Inglaterra. Continuó su exilio en Malta desde 1825, y en 1830 pasó a París, donde permaneció hasta que fue amnistiado en 1833 a raíz de la muerte de Fernando VII. Al regresar a España reclamó su herencia paterna, y además en 1834 murió sin descendencia su hermano mayor, y le sucedió en el título de duque de Rivas y en el patrimonio familiar.
Dos años después fue nombrado ministro de la Gobernación. Luego emigró a Portugal por poco espacio de tiempo. A la vuelta desempeñó el papel de senador, embajador y ministro plenipotenciario en Nápoles y Francia, ministro de Marina, presidente del Consejo de Estado y del Ateneo de Madrid y director de las Reales Academias de la Lengua y de la Historia. Cuándo se encontraba en el punto más alto de su carrera murió en Madrid. En la literatura, Rivas fue protagonista del romanticismo español. Don Álvaro, fue estrenado en Madrid en 1835, y fue el primer éxito romántico del teatro español. La obra se tomó más tarde como base del libreto de Francesco Maria Piave para la ópera de Verdi La fuerza del destino (1862). Otras obras destacadas son El desengaño de un sueño y Tanto vales tanto tienes.
Por último, vamos a hablar de Miguel Hernández. Nacido en el seno de una familia humilde dedicada a la cría de ganado. Fue escolarizado desde 1915 hasta 1925. Este año, cuando le premiaron estos últimos con una beca, abandonó los estudios por orden paterna para dedicarse en exclusiva al pastoreo.
Debido a la reputación que logró gracias a las publicaciones en varias revistas y diarios, el 31 de diciembre de 1931 viajó a Madrid, buscando consolidarse en la escena, acompañado de unos pocos poemas y recomendaciones. Introducido por Francisco Martínez Corbalán, las revistas literarias La Gaceta Literaria y Estampa lo ayudaron a buscar empleo, pero el intento no fructificó y se vio obligado a volver a Orihuela el 15 de mayo de 1932. Volvería a la ciudad con la presentación de Perito en lunas y conocería a su protector José María Cossío y a Maruja Mallo.

Al estallar la Guerra Civil, Miguel Hernández estaba en Orihuela y se alistó en el Ejército Popular y afilió al PCE. Desde 1937 ocupó el cargo de comisario político del 5º Regimiento y participó en la batalla de Teruel, Andalucía y Extremadura. Al acabar la guerra intentó escapar, pero fue capturado por la policía portuguesa y entregado a la Guardia Civil. Tras pasar por diferentes cárceles, moriría en el penal de Alicante de tuberculosis.
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