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Charla entre caballeros.

  • Foto del escritor: Diego Alatriste
    Diego Alatriste
  • 5 feb 2017
  • 4 Min. de lectura

A veces, te puedes encontrar momentos del todo mágicos, únicos, irrepetibles. Una fecha, 2 de Febrero. Una ciudad, Madrid. Un lugar, Museo Reina Sofía. Una charla, dos caballeros.

En la foto se muestra la complicidad de ambos autores.

Los integrantes del Mentidero de las letras pudimos disfrutar de una bella conversación entre dos absolutos fanáticos de la Historia, cuyos medios de difusión son el pincel y la pluma, Arturo Ferrer Dalmau (Barcelona, 1964) y Arturo Pérez Reverte (Cartagena, 1951), respectivamente. Una delicia, un privilegio.


Un evento creado gracias a la voluntad del diario ABC y la Fundación Mutua Madrileña. Con un tema común: la Historia de España, esa gran olvidada, denostada e infamemente tergiversada. Pero lo que pudimos ver los 400 espectadores que llenamos el salón de actos del precioso Museo de Arte Contemporáneo fue una Historia sin complejos. Una Historia de lienzo, contada a través de elementos pictóricos que reflejan lo mejor y lo peor de lo que fuimos, de lo que somos, lo que seremos. Ambos autores son grandes maestros del relato histórico, aunque esta vez el protagonismo recaería en el pintor, ya que en esta ocasión se homenajeaba su obra y su buen hacer para con la memoria histórica.


Y es que, como tantas veces se repitió en esta conversación entre amigos, la Historia nos pone. Y así lo entendemos y compartimos los numerosos espectadores que estuvimos allí, así como los que quedaron a las puertas del evento, ya que el aforo impidió que el salón se abarrotase de admiradores de ambas personalidades. Es algo que nos alegra y nos enorgullece a partes iguales, el interés por la Historia sigue vivo, el legado continúa. A veces, no llegamos a comprender la importancia de las luces intelectuales que algunas personalidades pueden representar, vieja idea española de enfrentamiento ideológico, de rencores milenarios. Y es que habría que saber ver más allá del detalle, de lo aparente y lo simple, para poder recurrir a mecanismos críticos que nos permitan un mejor conocimiento de nuestro alrededor, una mejor percepción de nuestra actualidad, de nuestro momento.


Contra aquellos que quieren manipular la Historia (véase el caso de la película 1898. Los últimos de Filipinas o algunos casos ocurridos en escuelas de importantes comunidades españolas), de los que ya hemos hablado en alguna ocasión, encontramos personas que asumen la responsabilidad de mantener la Historia con la cabeza bien alta. Sin manipulación, mostrando sus luces y sombras, que de ambas hubo, por supuesto, pero de las que tanto debemos aprender. Y es que el discurso vengativo, flagelador y culpable contra nuestra propia Historia no va a ayudarnos. Desprestigiarnos no ayudará a conocernos, desde luego, es por ello que, nosotros, en tanto que fiel infantería de la sociedad, debemos tomar activamente el papel de guardar la verdad objetiva de lo ocurrido. Un papel que, por otro lado, traería algo de paz a la ciencia humanística, tan coloreada según el bando, que parece desteñida y agria. Recuperemos nuestro pasado, no dejemos que lo escriban otros, no dejemos que se manipule la historia con impunidad.


El pintor de batallas junto a su fiel consejero.


Dicho esto, y perdonen el desvarío, podemos resumir cómo fue la velada. Básicamente, dos amigos, colegas del oficio, charlando, como si de un salón privado se tratase, solo que esta vez estaban más que acompañados. Hablaron de todo, actualidad, Historia, Arte, etc., siempre bajo las impactantes imágenes proyectadas las cuales mostraban las obras de Dalmau, una perfecta unión que nos hizo pedir más al término del evento. Y es que a uno le da la sensación de estar frente a, por qué no decirlo, dos genios de la pintura y la literatura. Podrán estar de acuerdo con ellos, o no, en cualquier campo sujeto a discusión, pero de una cosa no hay duda, serán recordados, y al menos, hacen el esfuerzo, el necesario esfuerzo de promover la cultura, oxidada cultura (así como tasada cultura, 21%).


Se probó que ambos lo pasaron bien, y nos lo hicieron pasar bien, de su complicidad mutua nació la nuestra. Irrepetible.


En cuanto a la obra de Dalmau, qué puede decirse que no se haya dicho ya, pese a que suene tópico y vago. Quizá podríamos citar a Reverte cuando dijo que:


“Un día morirás y habrá un museo en cualquier sitio, y ese museo se llamará Ferrer Dalmau, donde irá la gente a ver tus cuadros”


Y es que podemos estar frente a uno de los grandes pintores de nuestro siglo, uno de aquellos artistas que tienen la capacidad y también el interés de compartir su arte y conocimiento con nosotros. Dalmau ha demostrado tener garra y pocos complejos, algo que puede verse reflejado en su obra, desde el infante más desarrapado, hastiado, cansado, hasta la escena más heroica, por tierra o mar, que tan bellamente sabe componer.


Agustina de Aragón cuando le piden fuego los franceses. Ferrer Dalmau


Reflejos más que perfectos de lo que pudo ser, es por ello que debemos estar agradecidos, contar con un pintor de esta talla entre nuestras filas es como para estarlo, debemos reconocerlo. Y francamente la pintura de Dalamu es emocionante, puede transportar a cualquiera a los escenarios que nos muestra, logra conectar con la parte emocional, logra conmover. No sólo sirve como una suerte de ventana histórica, sino también como homenaje a aquellos que la dotan de vida, los millones de personajes anónimos que aparecen bajo el pincel del maestro.


Y es que estos soldados “admirables, crueles, violentos, cainitas, valerosos, geniales, complicados y complejos hijos de la gran puta", son los nuestros, no los neguemos, démosles una sepultura honesta y concienzuda de lo que fueron, no los condenemos a la peor de las muertes, el olvido.


Lo dicho, la Historia nos pone mucho.





 
 
 

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© 2016 por Alejandro Nieto Tapia y Julio Sandoval Márquez.

No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños. 

Cicerón (106 a.c.-43 a.c.)

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