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Bella e inteligente: la emperatriz

  • Foto del escritor: Diego Alatriste
    Diego Alatriste
  • 13 ene 2017
  • 3 Min. de lectura

En 1522 se acordó el matrimonio entre Juan III y Catalina de Austria, hermana del emperador. Tres años después, la hermana de Juan iría camino de Castilla, en concreto a Sevilla, para unirse con Carlos I. En los Reales Alcázares se celebró la unión y, acto seguido, marcharon a Granada para su luna de miel. Se comenta que fue en esta ciudad donde el matrimonio fue verdaderamente feliz y, por otro lado, el lugar de estuvieron juntos más tiempo ya que el imperio reclamaba a Carlos estar constantemente en movimiento.


Aunque se comenta, cosa que no es de extrañar, que el matrimonio fue meramente por interés, también se dice que fueron muy felices. La boda se celebró sin que los novios se conocieran y a cambio de 900000 y 300000 doblones de oro, respectivamente, y las villas de Andújar, Úbeda y Baeza. Cuentan que cuando el emperador bajó del caballo se quedó prendado por la belleza de su futura esposa.


La emperatriz Isabel, Tiziano (Museo Nacional del Prado)


Tras la feliz luna de miel ya mencionada, Carlos sólo aparecía en la península en algún viaje o cuando los asuntos castellanos le reclamaban. Estos breves periodos eran aprovechados para concebir al ansiado varón que ostentaría la corona del mundo. Mientras tanto la emperatriz en su soledad era la regente de Castilla y tenía que mantener la estabilidad en una corte llena de intereses y corrupción. Tuvo algún conflicto con el cardenal Tavera y el resto de miembros del consejo de regencia.


Entre regencia, viajes por Castilla y visitas de su esposo, la emperatriz engendró a siete hijos, de los cuales sólo llegaron a la edad adulta Felipe, que estaba llamado a sucesor de su padre, María y Juana. Dicen las crónicas que durante los partos, la emperatriz guardaba tanto la etiqueta que ella misma había implantado que dicen que para que no vieran su rostro deformado por el dolor siempre llevaba un pañuelo. En todos excepto en el último, cuyo feto nació muerto y ella no resistió el esfuerzo.


Ante la ausencia de su marido, la emperatriz pasó la mayoría de sus partos sola, a excepción del de Felipe y el último. Mientras que sus hijos nacían, el emperador estaba en Berbería, defendiendo Viena o luchando contra la herejía protestante. Por este motivo, la reina llevaba al recién nacido frente a un retrato del emperador para presentarlo, ya fuera realidad o leyenda, la soledad de la misma era evidente.


La vida de esta bella e inteligente mujer, llegó a su fin en el palacio de Fuensalida en la ciudad de Toledo. La emperatriz no aguantó el último parto y tanto ella como el bebé murieron. Durante su agonía y parto la ciudad de Toledo era un ir y venir de procesiones, oraciones y demás ruegos por la vida de su reina. Dios se la llevó el día 1 de mayo de 1539, para pena de su hijo mayor y de su marido que se dirigía presto a la ciudad.


La conversión del caballero Francisco de Borja, Moreno Carbonero (Museo Nacional del Prado)


El emperador apenado no pudo soportar el dolor y se tuvo que retirar al monasterio de Santa María de la Sisla, por lo que el joven príncipe se tuvo que encargar, con la ayuda de Zuñiga y Francisco de Borja, de preparar el cortejo que llevara a la difunta a la ciudad de Granada. El viaje extenuó al joven y tuvo que ser el duque de Gandía el que diera fe de que ese cuerpo descompuesto por el calor del viaje era la bella mujer retratada por Tiziano. Fue aquí donde juró que nunca más serviría a un señor que pudiera morir.





 
 
 

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© 2016 por Alejandro Nieto Tapia y Julio Sandoval Márquez.

No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños. 

Cicerón (106 a.c.-43 a.c.)

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