Entre el mandoble y la pared. Héroe de leyenda: Diego García de Paredes (I)
- Diego Alatriste
- 20 nov 2016
- 5 Min. de lectura
Hay vidas que merecen el privilegio de ser contadas y casi la obligación de ser conocidas, y ésta, les aseguro, que no es una para olvidar. En una breve serie de artículos trataremos de resumir, humildemente, las hazañas más famosas del héroe extremeño, Diego García de Paredes, conocido como el sansón extremeño, más que merecido título, como esperamos puedan juzgar ustedes mismos.
Antes de nada debemos aclarar que, tal y como sucede con muchas de las personalidades más trascendentes de la Historia, se trata de un héroe a caballo entre lo histórico y lo legendario, ya que los hechos que componen su biografía se sitúan dentro de un marco de realidad y fantasía, bebiendo tanto de una como de la otra. A través de este personaje podrán viajar por múltiples campos de batalla, participar en cientos de duelos, pertenecer a la guardia personal del Papa, ejercer de Condotieros a sueldo, como piratas del Mediterráneo, ponerse en la piel de un Coronel de Infantería de los ejércitos de los Reyes Católicos o recibir la admiración de ilustres, como Carlos V, entre una gran multitud. ¿No les parece tentador? Entonces, ¿quién fue este tipo?

Grabado de Diego García de Paredes con su compañera.
Diego García de Paredes nacía en la dura Extremadura del siglo XV, concretamente en Trujillo, en torno al año 1468. Precisamente, de Extremadura saldrían algunos de los personajes más importantes de la Historia de España, y es que Extremadura parió hombres duros, aventureros y valientes (por qué no decirlo, con cojones). De buena familia venía Diego, que pudo aprender a leer y escribir, un privilegio en aquellos tiempos de analfabetismo, pero, por lo que relatan las crónicas, desde temprana edad mostraba tendencia hacia el manejo de las armas, algo que más tarde lamentarían todos sus enemigos. Diego, para que se imaginen, era un niño alto y fornido, de temperamento a veces irascible, pero noblote, de esos que es mejor tener de amigos.
Tristemente, de esta primera etapa de su vida poco se puede contar, sin embargo, estas pequeñas pinceladas nos muestran una idea del carácter del joven Diego antes de que, seguramente aburrido en un pueblo que se le habría quedado pequeño no sólo por su tamaño sino por su ambición, decidiese irse de erasmus por Europa abandonando Trujillo con su hermano Álvaro de Paredes en 1496. ¿A dónde vamos, hermano?, además no tenemos un maravedí y no disponemos de fama de la que vivir, por lo que sin un currículum previo es difícil que nos contraten en ningún sitio (los problemas laborares siempre han estado presentes).
Ya que vamos a vivir al día a día, qué menos que hacerlo en un lugar más amable que nuestra Extremadura natal, pensarían, por lo que eligieron Nápoles, lugar famoso por ser destino de muchos de los erasmus de espada de aquella época. El vino, el sol y las mujeres italianas gozaban de notable renombre. Nápoles era un terreno en disputa, ya que España y Francia querían aquel pedazo de tierra para ejercer el dominio en el Mediterráneo. Acabada la disputa entre ambos, también acababa la temporada alta de contratación (soldados), por lo que tuvieron que desplazarse a la ciudad eterna, Roma, en busca de mejores naipes.
El objetivo de ambos hermanos era el de llegar alto, eran ambiciosos, sus intenciones estaban orientadas a poder obtener puestos de prestigio en el papado. Pero como el hambre apremia y se necesita de capital para subsistir (algo que saben muy bien los jóvenes de hoy en el extranjero), comenzaron a dedicarse a negocios de bajo lustre, la llamada ventura de enemigos. Duelos al margen de la ley, robos (como las capas, ya que era la prenda más apreciada de aquel tiempo) y apuestas, haciendo honor a la picaresca española. Pero Diego estaba hecho de otra pasta, y aspiraba a tener un oficio que se correspondiese con su estatus, al fin y al cabo, era un hidalgo.
Comprendió que los contactos son muy importantes (fenómeno conocido como enchufismo), así que aprovechó que el cardenal Bernardino de Carvajal era pariente suyo, el cual gozaba de trato en la Curia Romana, de ahí es ná, pudiéndolo introducir en la Corte papal. Será este un punto clave de su vida, ya que los acontecimientos ocurridos desde entonces desencadenarían una serie de hechos que le llevarían a ser conocido como el sansón extremeño, comenzaba por tanto la leyenda. Su carta de presentación al mundo.
Para situarnos, el pequeño Diego que antes hemos descrito había cambiado en algo, si bien ya habíamos comentado que se trataba de un joven de carácter especial con un físico portentoso, ahora debemos pensar en un extremeño de casi dos metros de alto con una musculatura brutal. Pero no piensen en relacionar este físico con una torpeza natural, sino todo lo contrario, ya que podía moverse con una ligereza y rapidez inusual en una persona de ese tamaño. Si alguien es seguidor de juego de tronos podrá hacer un paralelismo con uno de los personajes que aparecen en la serie, Gregor Clegane, apodado la montaña, para hacernos una idea.

Baste mirar la imagen de Gregor Clegane (Hafþór Júlíus Björnsson), de Juego de Tronos, para comprender lo expuesto.
Pues bien, andaba Diego disfrutando de favores en la Corte del Papa, ya que gozaba de la protección de su pariente, cuando un acontecimiento lo catapultaría a primera plana.

El Papa Alejandro VI.
Imaginemos la situación, es un día normal y soleado en Roma, las personas en nómina del papado disfrutan de distintas actividades lúdicas, puro entretenimiento renacentista. El Papa, Alejandro VI (Borgia), decide dar un paseo por sus dominios del Vaticano y disfrutar de tan magnífico día. En su recorrido se reconforta viendo a los miembros de su Corte, pasea y se maravilla con las distintas actividades que suceden delante de sus ojos, bellas melodías tocadas por músicos, gentes tumbadas al sol, estudiosos desentrañando las más difíciles cuestiones filosóficas, cortesanos sonriendo y hablando de los últimos sucesos, etc. Pero se detiene en un punto, y es que en una parte de los enormes jardines, un grupo de italianos (guardias papales) y españoles (soldadesca) practican un famoso deporte, el tiro o lanzamiento de barra de metal (algo muy similar a la jabalina actual). Alejandro VI logra diferenciar un acento extremeño entre los integrantes de aquella actividad, al fin y al cabo el Papa es valenciano de nacimiento, algo que le llama la atención, además porque se trata de un portento físico que está batiendo al resto de concursantes.
La situación parece tensarse cuando el grupo de italianos, unos veinte, protestan por lo que parece un lance del juego. La situación se vuelve crítica cuando echan mano de sus armas, desenvainan y, espada en mano, parecen decirles al grupo de españoles: Y ahora qué, figli di puttana. Pero uno de ellos no se pone nervioso. Todo está ocurriendo delante de los ojos del mismísimo Papa, que presencia entre estupefacto y entretenido aquella situación. Es entonces cuando ve al más grande de ellos, el de acento extremeño, coger una barra de metal destinada a ser lanzada y comienza una vorágine de golpes contra el grupo de italianos. Uno, dos, tres, cuenta Alejandro, caen como moscas ante el avance imparable de aquel gigante, cuatro, cinco, seis, increíble, este hombre está acabando él solo con toda la guardia. Boquiabierto, Alejandro descubre que aquel personaje, barra en mano, aún con la respiración entrecortada por el baile que acaba de realizar, ha matado a cinco de los guardas, ha malherido a diez y ha dejado sin conocimiento al resto.
El Papa, claramente emocionado y algo asustado, se acerca, toca en el hombro a aquel hombre y le dice – Enhorabuena, estás contratado-.
Empezaba la leyenda de Diego García de Paredes, ahora ascendido a guardaespaldas papal.
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