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Numancia en el Adriático o una gloriosa defensa española

  • Foto del escritor: Diego Alatriste
    Diego Alatriste
  • 31 oct 2016
  • 4 Min. de lectura

En esta serie de artículos que publicamos ocasionalmente sobre los tercios o hazañas importantes de los mismos, hoy os traemos un suceso desconocido pero heroico de unos españoles, que como muchos otros, fueron olvidados en su época y hoy siguen estando olvidados.


Ciudad de Castel Nuovo y Golfo de Cattaro. Imagen del s. XVI


Cuando los turcos estaban a las puertas de Viena, cuna del croissant, en 1529 tanto católicos como protestantes hicieron frente a las huestes otomanas y los hicieron retroceder hasta los Balcanes. Ante esta victoria, Carlos V junto con la República de Génova, el Papa Paulo III y la Serenísima República de Venecia formaron la Santa Alianza para frenar el poder musulmán en el Mediterráneo. A parte de la ceración de dicha alianza, las tropas del emperador ocuparon la plaza fuerte de Túnez para evitar los ataques de Jeireddín Barbarroja en el Occidente Mediterráneo en 1534. Ya sólo quedaba asegurar las posesiones en Oriente y para ello se pensó en establecer una cabeza de puente en Castel Nuovo, tomada por el Tercio Viejo de Nápoles en 1538.

“(La Santa Liga) se dirigió a Castelnuovo, en el golfo de Cattaro, con el propósito de hacer un desembarco y constituir allí un núcleo de fuerzas que extendiera en aquellas costas el predominio cristiano. El 24 de octubre arribaron a la boca del golfo (…) a 18 millas de Ragusa

Ante la conquista de esta plaza fuerte surgieron los problemas, todas las naciones de la Santa Liga querían controlar este importante enclave, así que comenzaron las disputas. Fue Venecia la que más aspiraciones tenía sobre ella, pero la negativa del emperador, hizo que los venecianos y las tropas papales abandonaran la alianza, por lo que lo que en la fortaleza se estableció una guarnición de tropas imperiales comandada por el burgalés Francisco Sarmiento y formada por 2.500 soldados de infantería, 25 de caballería y 80 soldados albaneses.


Esta compañía ya sólo contaba con el apoyo de los genoveses de Doria para el abastecimiento de la fortificación, pero al abrirse de nuevo conflictos con Francia, éstos se tienen que retirar del Adriático. Ante la retirada del apoyo naval, Barbarroja comenzó a hostigar la fortaleza y a preparar las trincharas para lo que se preveía como un largo asedio, mientras que los españoles construyeron fortines y defensas. Una de estas noches de preparación del asedio, Sarmiento lanzó una encamisada con el fin de acabar con soldados y pertrechos.


Retrato de Jeireddin Barbarroja. Grabado del s. XVI

Aunque el ejército otomano sufrió cuantiosas pérdidas volvió al ataque, pero Barbarroja para evitar seguir perdiendo tropas y sabiendo de su superioridad militar y logística propuso a los españoles una retirada honrosa, conservar banderas y estandartes, un pasillo seguro a Italia y 20 ducados por soldado. Ante esta proposición, los orgullosos españoles, que preferían perder la vida a la honra, dijeron que “viniesen cuando quisieren por ellos”. La respuesta debió enfurecer al turco, que ordenó que las bombardas abrieran fuego sobre Castel Nuevo el 24 de julio de 1539 para abrir brecha en la muralla y poder acceder, pero en la muralla se formaron cuellos de botella que favorecieron a las tropas imperiales la defensa, dando muerte a 6000 turcos frente a sus 50 bajas.


La resistencia fue tan feroz que Barbarroja se vio forzado a tener el ataque de infantería y continuar con el bombardeo hasta derruir las murallas, pero la tenacidad de los defensores era tal que con 600 infantes continuaron haciendo frente al enemigo e incluso lanzaron otra encamisada para arrasar algunas de las tiendas del campamento de los sitiadores, entre ellas la del propio Jeireddín, y forzar la retirada a las naves. Tras la retirada, los ataques se reanudaron el 4 y 5 de agosto con fuertes bombardeos y la presión de los jenízaros y la caballería desmontada que aún así no pudieron cruzar los escombros de la muralla.


Envestida tras envestida los turcos se estrellaban en las defensas imperiales, pero el día 6 de agosto, un fuerte aguacero complicó la labor a los españoles ya que se mojaron las mechas de los arcabuces y la pólvora, por lo que se tuvo que luchar cuerpo a cuerpo, a espada y pica. Además Sarmiento ordenó que todo aquel que pudiera empuñar un arma saliera a combatir, quedando en la enfermería sólo los moribundos, algún cirujano y el capellán. Este día fue encarnizado y se saldó con gran cantidad de bajas turcas y mermaron a las hispanas.


El ataque final se produjo el 7 de agosto, cuando ya sólo quedaban un centenar de defensores que se replegaban a la fortaleza inferior, donde se refugiaba la población civil, pero estos habían tapado la puerta y los soldados no pudieron entrar por lo que se les ofreció izarlos con un cabo pero estos se negaron y acabaron muriendo o malheridos a los pies de la muralla.


La batalla se saldó finamente con la muerte de todos los jenízaros, élite del ejército turco, y dieciséis mil infantes en el bando turco, frente a las más de mil del bando hispano. La valía de los defensores y su tenaz resistencia fue recompensada ya que Barbarroja ofreció a los supervivientes integrarse en el ejército, pero de nuevo apareció la honra, el vizcaíno Machín de Monguía y el resto de soldados se negaron y el colérico comandante turco mandó degollar a los que se negaron y al resto los vendió como esclavos en Estambul. Cuentan que seis años después, llegó a Mesina una galera con algunos de estos soldados vendidos como esclavos que habían huido.

Esta resistencia fue recordada por algunos autores, entre ellos Gutierre de Cetina que dedica su soneto 217 “A los huesos de los españoles muertos en Castelnuovo”.

Héroes gloriosos, pues el cielo

os dio más parte que os negó la tierra,

bien es que por trofeo de tanta guerra

se muestren vuestros huesos por el suelo.

Si justo es desear, si honesto celo

en valeroso corazón se encierra,

ya me parece ver, o que sea tierra

por vos la Hesperia nuestra, o se alce a vuelo.

No por vengaros, no, que no dejastes

A los vivos gozar de tanta gloria,

Que envuelta en vuestra sangre la llevastes;

Sino para probar que la memoria

De la dichosa muerte que alcanzastes,

Se debe envidiar más que la victoria.”



 
 
 

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© 2016 por Alejandro Nieto Tapia y Julio Sandoval Márquez.

No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños. 

Cicerón (106 a.c.-43 a.c.)

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